Todos los seres humanos desde que nacemos formamos parte de una sociedad, la cual se va delimitando a diferentes escalas, partiendo desde el lugar donde nacemos, el nivel sociocultural al que pertenecemos y en el que fuimos criados, la religión que nos fue heredada, la escuelas en las que estudiamos, los grupos de amistades que muchas veces surgieron de estas o de otros sitios, y finalmente la familia tanto nuclear como extendida que nos va marcando con sus respectivas expectativas, tradiciones y costumbres.
Esto se debe a que todas las personas necesitamos del grupo para sobrevivir, empezando por la relación primaria con nuestra madre o cuidador, en donde se van a establecer las bases para las futuras relaciones con los otros; progresivamente van entrando más personas en nuestra vida que también cobran mucha importancia, como es papá o nuestros hermanos/as, los cuales van a influir en nuestra identidad, (no es lo mismo ser el primogénito , el sándwich o el más pequeño) en nuestra novela familiar y finalmente en la resolución de conflictos fundamentales para entrar en la cultura.
Así es como en nuestras primeras etapas de desarrollo, se va ir formando nuestro Súper Yo, la estructura psíquica encargada de ayudarnos a vivir en sociedad, es decir la voz interna o pepe grillo, que nos dice constantemente lo que esta bien o lo que esta mal y cual es el ideal. Greenacre, P. (1960) plantea que el desarrollo del Súper yo atraviesa diferentes etapas, y se va conformar partiendo de las cuestiones corporales y las relaciones con los otros:
Nos menciona que las raíces se encuentran en los primeros meses de vida y en los años de educación de hábitos y en la moralidad del kínder; donde el ser bueno o ser malo depende tanto del esfuerzo del niño por controlar las necesidades corporales, especialmente la comida y las funciones higiénicas, así como por acomodar los ritmos corporales para satisfacer las exigencias de los adultos, es decir aprender a ir al baño cuando me lo piden papa o mama.
“Más adelante viene la lucha de renunciación, entre los 3 y 6 años de edad y es probablemente la época más importante para el crecimiento del Súper yo, ya que comienza a existir en su forma definida de autocritica , empezamos a observar nuestra conducta desde este momento en adelante. Así mismo es el periodo en el que comienza la formación del ideal, tanto a través de identificaciones con lo que quieren o desean papa o mama, como aprender postergar, a anticipar y también por un aumento de oportunidades para experimentar y verificar la realidad externa.
Además de que se produce un refuerzo de esta la lucha por parte de las influencias sociales, los maestros, los clérigos y los lideres de grupo se convierten en figuras paternas auxiliares, y el código y el sabor de la familia son aumentados o diluidos. Especialmente durante esta etapa , los rasgos de carácter que ya se habían desarrollado durante las primeras etapas, se funden con los ideales en cuanto son aprobados, o se convierten en motivo de un nuevo conflicto si son desaprobados, por lo que la conciencia individual termina fundiéndose más o menos satisfactoriamente con la conciencia social” (Greenacre , P. 1960 Pg. 158).
¿Pero que ocurre cuando los ideales sociales de los diferentes grupos socioculturales, rebasan su función de ser una guía frente a lo esperado en las diferentes etapas del ser humano y comienzan a normativizar cuestiones que pertenecen únicamente a la individualidad de cada persona?. Con esto me gustaría comenzar a hablar sobre las expectativas sociales que mantienen los diferentes grupos que habitan en México, segmentados primordialmente por el nivel sociocultural, la ubicación geográfica o la religión que comparten; en donde parecieran establecerse expectativas muy especificas para las personas que lo conforman.
Somos un país muy peculiar por la historia que nos precede, siempre hemos estado marcados por una mezcla de dos culturas, la mexica y la española; de la cual no solo derivo un mestizaje sino que a partir de esta fusión se derivo una religión, tradiciones, costumbres y una variedad de estratos socioculturales que difícilmente a lo largo de los años han logrado homogeneizarse y actualmente parecieran polarizarse más que nunca.
Sin embargo a pesar de las particularidades que mantiene cada grupo social, a su vez todos comparten una característica única y esto es la importancia que tiene la familia y las tradiciones en la vida de todos los individuos que la conforman. No es raro observar que en países norteamericanos al cumplir los dieciocho años de edad los hijos salen de la casa de los padres para independizarse, o bien en países europeos, las personas adultas frecuentan a sus padres solamente un par de veces durante el año y a la familia extendida como son primos o tíos, aun con menor frecuencia.
En México sucede lo contrario, en muchas ocasiones la familia nuclear y extendida cohabita en un mismo sitio tanto por cuestiones económicas como ideológicas, y en el caso de no ser así no faltaran los motivos o las festividades que reúnan constantemente a la familia del mexicano. Sin embargo esto suele ser un arma de dos filos, ya que por un lado la familia puede ser una importante red de apoyo para múltiples cuestiones, tanto en lo económico, lo laboral, lo emocional, el cuidado y la crianza; pero por el otro lado también puede ser un obstáculo para la separación o individuación de lo miembros que la conforman, como si dentro de esta simbiosis familiar, muchas veces fuera vivido a manera traición el apartarse de los ideales en común o de los otros.
Estas cuestiones suelen impactar en gran medida sobre la persona, tanto como si están dentro de la línea o como si se apartan de esta , a manera conflicto, culpa, frustración, sometimiento o dificultades para construir una identidad sana; ya que muchas veces la realidad externa se convierte en un recordatorio constante de estos ideales.
De pronto pareciera que todos deben hacer las mismas cosas para alcanzar el bienestar y el éxito, todos deben trabajar en empresas o todos deben casarse a una cierta edad o todos deben tener hijos y así existe una infinidad de ideales, que la mayor parte de las veces es producto de observar, replicar y competir para no quedar fuera del grupo.
Con todas estas observaciones no intento generalizar, ya que es cierto que a pesar de lo que se espera a nivel familiar y social, muchas personas han tenido la capacidad de cuestionarse su propia vida y elegir caminos distintos; sin embargo pareciera que el trayecto no resulta sencillo debido a que somos una sociedad que tiende mucho a opinar, juzgar y ostentar una imagen artificial con la finalidad de protegerse y pertenecer.
Una vez planteado esto, pareciera importante entender cómo es que se edifica nuestra cultura; Joseph Campbell (1988) en su libro El poder del mito, nos dice que la cultura se va a conformar a través de los valores, lo que acepto y lo que no acepto, los mitos que aportan explicaciones a lo que no sabemos, los ritos que se mantienen, como por ejemplo : el matrimonio o el estudiar una licenciatura, los cuales se establecen pero nada garantizan para el que los realiza.
“Los mitos ofrecen niveles de comportamiento, pero estos modelos tienen que ser adecuados al tiempo en que se está viviendo, y nuestro tiempo ha cambiado tan deprisa que lo que era adecuado cincuenta años atrás hoy ya no lo es, las virtudes del pasado son vicios del presente y mucho de lo que se creía que eran los vicios del pasado son las necesidades de hoy”. El orden moral tiene que ponerse a tono con las necesidades morales de la vida real en el tiempo, aquí y ahora y eso es lo que no estamos haciendo, nuestras religiones pertenecen a otra edad a otra gente a otro conjunto de valores humanos, retrocediendo no hacemos otra cosa que perder el ritmo de la historia”.
Un buen ejemplo de estos mitos es el matrimonio o la unión en pareja dentro de nuestra cultura, que desafortunadamente en ocasiones termina realizándose por ser el único medio de adquirir la adultez y salir de casa de los padres o también podemos observar casos donde la unión se encuentra determinada más por factores económicos que emocionales; asimismo el joven o la joven que decide independizarse para irse a vivir solo, normalmente no recibe el mismo apoyo económico por parte de la sociedad que si de casarse se tratara o finalmente la mujer que no se atreve a divorciarse por miedo a perder su estatus económico o social. El matrimonio no es solo una disposición social, sino también un ejercicio espiritual y se su pone que la sociedad nos debe ayudar a comprenderlo. El hombre no debería de estar al servicio de la sociedad, sino la sociedad al servicio del hombre; cuando el hombre se pone al servicio de la sociedad, tienes un estado monstruo y eso es lo que está amenazando hoy al mundo.
Finalmente no podemos apartarnos de la sociedad a la que pertenecemos, tal como sucede con la familia, aun si nos mudáramos, todos llevaremos siempre el sello inconsciente de nuestra cultura. Sin embargo considero que se trata de poder encontrar una identidad propia a la vez que se pertenece al medio, desechando los patrones inoperantes, paralizantes o patologizantes y repitiendo más bien los aspectos positivos de nuestras tradiciones , para poder establecer vínculos más profundos , mas reales y más satisfactorios , tanto con nosotros mismo como con el entorno .
Pero para ello hay que perderle el miedo a quedar fuera o dejar de pertenecer, hay que perder el miedo a defraudar los ideales paternos que fueron de otros tiempos y saber que donde realmente nos aman y nos aceptan jamás dejaremos de pertenecer. Considero que el análisis o la terapia, resulta un excelente espacio, para poder cuestionarse y entender estas cuestiones culturales y familiares que constantemente se hacen presentes e interjuegan dentro de la realidad psíquica de cada sujeto, y con esto poder integrarlas en beneficio de cada quien, para abandonar su cualidad de limitantes.
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